En 1501 nació una dama
la única que fue capaz de dominar
las fauces viciosas de Enrique VIII
Se acercó a él,
susurró a su oído palabras prohibidas
y escapo por la puerta del palacio de oro.
“El amanecer se avecina”
advirtió Melquíades,
ella corrió a esconderse sin prisa
en los matorrales del sosiego.
Por obra y gracia de Cromwell
ya no tiene alma,
ya no tiene amor,
ya ni cabeza tiene.
Pero su recuerdo,
allí, esta allí,
¿no lo oyes?
A veces olvidamos a quienes
verdaderamente nos han amado,
a quienes luchan por seguir
sobre las rocas, entre los sauces grises,
entre los leones ciegos y hambrientos,
ávidos de carne, lujuriosos y altivos,
con falsas sonrisas, caricias sospechosas.
“¡Hay Ana! ¡Ana mi amor!
¡nunca habrá mujer!
¡nunca habrá un ser tan hermoso, lujurioso!”
“Nunca volveré a amar
jamás, ¡lo juro!”
aulló Enrique, muerto de miedo,
aferrado al olvido de su cuarto,
ya sin Ana, ya sin amor…
la única que fue capaz de dominar
las fauces viciosas de Enrique VIII
Se acercó a él,
susurró a su oído palabras prohibidas
y escapo por la puerta del palacio de oro.
“El amanecer se avecina”
advirtió Melquíades,
ella corrió a esconderse sin prisa
en los matorrales del sosiego.
Por obra y gracia de Cromwell
ya no tiene alma,
ya no tiene amor,
ya ni cabeza tiene.
Pero su recuerdo,
allí, esta allí,
¿no lo oyes?
A veces olvidamos a quienes
verdaderamente nos han amado,
a quienes luchan por seguir
sobre las rocas, entre los sauces grises,
entre los leones ciegos y hambrientos,
ávidos de carne, lujuriosos y altivos,
con falsas sonrisas, caricias sospechosas.
“¡Hay Ana! ¡Ana mi amor!
¡nunca habrá mujer!
¡nunca habrá un ser tan hermoso, lujurioso!”
“Nunca volveré a amar
jamás, ¡lo juro!”
aulló Enrique, muerto de miedo,
aferrado al olvido de su cuarto,
ya sin Ana, ya sin amor…
Pintura: Verónica Garcia. http://www.flickr.com/photos/nykka
*septiembre 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario