jueves, 23 de octubre de 2008

Ana




En 1501 nació una dama
la única que fue capaz de dominar
las fauces viciosas de Enrique VIII

Se acercó a él,
susurró a su oído palabras prohibidas
y escapo por la puerta del palacio de oro.

“El amanecer se avecina”
advirtió Melquíades,
ella corrió a esconderse sin prisa
en los matorrales del sosiego.

Por obra y gracia de Cromwell
ya no tiene alma,
ya no tiene amor,
ya ni cabeza tiene.

Pero su recuerdo,
allí, esta allí,
¿no lo oyes?

A veces olvidamos a quienes
verdaderamente nos han amado,
a quienes luchan por seguir
sobre las rocas, entre los sauces grises,
entre los leones ciegos y hambrientos,
ávidos de carne, lujuriosos y altivos,
con falsas sonrisas, caricias sospechosas.

“¡Hay Ana! ¡Ana mi amor!
¡nunca habrá mujer!
¡nunca habrá un ser tan hermoso, lujurioso!”

“Nunca volveré a amar
jamás, ¡lo juro!”
aulló Enrique, muerto de miedo,
aferrado al olvido de su cuarto,
ya sin Ana, ya sin amor…

Pintura: Verónica Garcia. http://www.flickr.com/photos/nykka
*septiembre 2008

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